Come, bebe y date buena vida!

Lucas 12,13-21.

Ciclo C, Domingo 18º durante el año

El gran escritor ruso Leo Tolstoi cuenta lo siguiente:

Un rico terrateniente promete regalar a un pobre peón de campo todas las tierras alrededor de las que dará la vuelta a pie en un día. La única condición: al ponerse el sol tiene que haber regresado al mismo punto del que partió.

El pobre campesino se pone refeliz. No necesitará todo un día para circunscribir con sus pasos suficiente tierra para poder alimentar holgadamente a su familia. Parte caminando alegre, sin apuros, con paso tranquilo. Pero después se apodera de él la idea de aprovechar la oportunidad al máximo y adquirir tantas tierras como sea posible. Se imagina todo cuanto hará con sus nuevas riquezas. Acelera el paso y amplía el círculo. Desea cada vez más, y corre cada vez más rápido. La transpiración le chorrea de la frente, por tanto esfuerzo, y por miedo de no llegar a tiempo al punto de partida. Finalmente, al apagarse el último rayo de sol, y con sus últimas fuerzas llega a su meta. Le pertenecen miles de hectáreas de campo fértil. Pero en ese mismo momento se desploma y muere por agotamiento. Lo entierran en un pequeño pedazo de tierra. Ahora ya no necesita más.

Hay ricos y ricos. Hay ricos pobres… ricos de manos y corazón abiertos. Y hay pobres ricos… ricos de manos y corazón cerrados. Los primeros ansían comprarse el cielo. Y para ello se dedican a administrar bien esta tierra, para que todos tengan y a nadie falte. Según Jesús no abundan. Advierte: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” Lc.18,24. Los segundos sólo ansían acaparar esta tierra, todo lo que puedan. No les importa que los demás se revienten. La parábola se refiere a estos últimos.

¿A quiénes se refiere la parábola del rico insensato?

Jesús no condena lisa y llanamente la posesión de riquezas materiales. No pertenece a aquellos pesimistas que no saben agradecer los bienes que Dios Padre regala a sus hijos, para que los disfruten y sean felices. La riqueza material en sí no es mala, pero sí lo puede ser nuestra actitud referente a ella.

José de Egipto, a primera vista, hizo lo mismo que el rico insensato: “acumuló una enorme cantidad de cereales, tanto como la arena del mar”. Gén.41,49. Lo hizo para salvar al pueblo de la muerte de hambre. El rico de la parábola, por el contrario, piensa poder asegurar su propia vida. Se olvida de que “a cada chancho le llega su San Martín”. Pareciera que para él el sentido de la vida coincide con sus riquezas materiales.

Hay gente que ven el sentido de la vida en lo que poseen. Es como pensar: “Yo soy lo que tengo. Si tengo más valgo más”. Esto los lleva casi automáticamente a querer tener cada vez más. Es esta avaricia, de la que hay que cuidarse, dice Jesús. “La vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Más bien las cosas materiales muchas veces tapan el vacío interior.

¿Jesús está en contra de poseer riquezas materiales?

Según la advertencia de Jesús referente a los bienes materiales, ¿de qué hay que cuidarse?

Un cuento de la India enseña cómo se atrapa a un mono: Tómese un coco. Hay que vaciarlo, poner un poco de arroz adentro y atarlo en una palmera.El agujero debe ser justamente tan grande para que un mono pueda meter apenas su mano. Cuando la ha llenado con arroz, ella se hace tan grande que no la puede retirar más. Pero como quiere retener a toda costa lo que tiene en su mano, el mono queda atrapado.

Jesús nos advierte de la avaricia no porque no quiere que disfrutemos de las cosas buenas. Sino porque sabe con qué facilidad aquellos que poseen muchas cosas llegan a ser poseídos por ellas. No queremos soltar más lo que pudimos agarrar porque la avaricia nos endurece el corazón y las manos.

Jesús pone como meta de la vida llegar a ser “rico a los ojos de Dios”. Habla de acumular tesoros en el cielo en vez de amontonarlos en la tierra.

Para Jesús tener plata por tener plata es una locura. Lo único que justifica tenerla es para servir con ella al hermano, y así acumular “un tesoro inagotable en el cielo”. Lc.12,33. En definitiva, alguien no es rico por lo que posee, sino por lo que da.

Y todos tenemos muchísimo para compartir. Tal vez sentimos la tentación de pensar que la advertencia de Jesús se refiere solamente a los que tienen mucho dinero y bienes materiales. Sin embargo, también esta palabra del Evangelio vale para todos nosotros. Todos hemos recibido de Dios muchas cosas. Aun los más pobres tienen que reconocer que han recibido la vida, las fuerzas físicas, la capacidad intelectual, el tiempo, y ante todo, la posibilidad de amar de verdad. Todos somos administradores de una gran cantidad de bienes que tenemos que saber poner al servicio de nuestros hermanos. Nadie es tan pobre que no tenga nada para dar.

¿Cómo podemos llegar a ser ricos a los ojos de Dios?

Dice un antiguo refrán: “No podemos llevar nada con nosotros a la otra vida, pero podemos mandar algo anticipadamente.” Todo lo que hagamos con verdadero amor y espíritu de servicio, se acumula en el cielo como un tesoro incorruptible.

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